“La observación es un instinto animal. El acto de mirar es multisensorial. En lo observado influyen las sensaciones, los olores, las circunstancias. Y esta multidimensionalidad de la mirada atraviesa por la memoria”, afirma la escritora, traductora y editora mexicana Marina Azahua (1983).
Y mirar una obra de arte es, para la también historiadora y antropóloga, un descubrimiento especial. “Para mí el arte es una forma de consuelo. Venía de estudiar el genocidio en Camboya y procesos de violencia fuertes. Ser una espectadora de arte era un recordatorio de que valía la pena que existamos los humanos. El arte se fue volviendo un consuelo”, confiesa en entrevista.
Tras mirar obras de arte durante años, tanto in situ como en internet, con la presencia de la pieza o en su ausencia, la historiadora por la UNAM y doctora en Antropología por la Universidad de Columbia confeccionó los ensayos que integran Ausencia compartida: formas de mirar (UNAM), ilustrado por Julia Reyes Retana.
Explica que el título se publicó por primera vez en 2013 y que para esta nueva edición revisó los textos originales e integró tres nuevos. “Hablo de las obras que fui encontrando en el devenir de mi vida. El único criterio de selección fue mi propio asombro. Piezas que me causaban emoción”, señala.
Una de las obras que comenta es un performance de la artista serbia Marina Abramović. “Es una de mis piezas favoritas. Pero no estaba viva cuando lo hizo. Decidí hablar de una obra que no estaba presente. Entonces, la ausencia cobró relevancia. Las piezas se volvieron una excusa para hablar del acto de la observación del arte”, dice.
La maestra en escritura creativa y edición por la Universidad de Melbourne admite que su profesión de historiadora marcó este libro. “Las obras de arte detonan recuerdos, asociaciones e ideas. Cuando miramos arte también nos estamos mirando a nosotros mismos, porque la pieza termina siendo un espejo.
“Empezamos a construir ese tejido de ideas y de asociaciones a partir de una obra. Eso me fascina del arte en todas sus formas, desde la literatura, el cine y el teatro hasta la danza y el performance. Lo que construye son pequeños laboratorios de pensamiento, como un textil que está armado de distintos hilos”, agrega.
La autora del libro de ensayos Retrato involuntario. El acto fotográfico como forma de violencia y de la novela Archivo agonía añade que hay diferencia entre mirar un paisaje o una fotografía antigua. “Lo que habita en la médula del acto de mirar es hacernos preguntas. Es un ejercicio de habitar el mundo y reaccionar ante él”.
La cofundadora de Ediciones Antílope en 2015 dice que este volumen es una invitación a regresar a observar en el lugar. “Ahora consumimos mucho arte en la individualidad, ya no como experiencia compartida. Creo que después de la pandemia hay un hambre muy grande por regresar a la contemplación colectiva. Y debemos experimentar esta diferencia”, concluye.


