Sbaraglia sonríe desde el Cervantes, el teatro en el que durante enero presentará Los días perfectosSbaraglia sonríe desde el Cervantes, el teatro en el que durante enero presentará Los días perfectos

Leo Sbaraglia: su debut en el Cervantes, el costo de interpretar a Menem y las exigencias de Almodóvar

2025/12/27 11:01

Fue un año intenso para Leonardo Sbaraglia (55). En la antesala a sus 40 años de trayectoria, que celebrará este 2026, el actor tuvo una agenda tan vertiginosa como atractiva y trascendental, una sucesión de “sueños cumplidos”, como él mismo define durante su encuentro con LA NACION. Se transformó en Menem para la exitosa serie de Ariel Winograd, protagonizó Las maldiciones en Netflix (una adaptación de la novela homónima de Claudia Piñeiro), viajó a México a rodar la segunda temporada de Las azules (Prime Video), estuvo nuevamente bajo las órdenes del gran Pedro Almodóvar en Amarga Navidad, que verá la luz en marzo próximo, y filmó su primera película en Francia, Karma, de la mano del director Guillaume Canet, con Marion Cotillard y Mark Ruffalo.

El 9 de enero a las 21, Leonardo Sbaraglia estrena Los días perfectos en el Teatro Nacional Cervantes

Uno podría pensar que, después de eso, Sbaraglia estará en este momento recostado en una reposera frente al mar o contemplando la inmensidad de una montaña. Pero no, el hombre está a punto de subirse por primera vez al escenario del Teatro Nacional Cervantes con Los días perfectos (a partir del 9 de enero y hasta el 1° de febrero), una obra adaptada y dirigida por Daniel Veronese, basada en la novela de Jacobo Bergareche, que estrenó previamente en el Teatro La Latina de Madrid. Allí, su personaje da rienda suelta a un monólogo de más de una hora en el que, a partir de la lectura de cartas que William Faulkner le había enviado a su amante, hace una revisión de su matrimonio e indaga sobre el amor y el desamor, las convenciones, la rutina, la vida familiar, el deseo, sus inseguridades y miedos.

No me gusta decir que es un unipersonal porque sino me siento un showman, y no es la idea que sea algo performático. De hecho, uno de los primeros pedidos de Dani fue: ‘No quiero ver a un buen actor arriba del escenario haciendo un monólogo y mandándose la parte. Quiero ver a un ser humano que no sabe lo que va a decir, que va a dudar y va estar en una situación vulnerable y un poco desesperada’”, reconoce Sbaraglia.

-¿Cómo te llegó este esta obra en medio de la marea de proyectos audiovisuales que encaraste este año?

-El proyecto en sí comenzó a fines del año pasado, nos empezamos a encontrar con Dani y empecé a estudiar el texto porque es muy largo, son veinte y pico de páginas de prosa chica, o sea, es un laburo de tecnología verbal. La gente me pregunta por qué no hago más teatro o por qué no hago teatro con un elenco, y para mí es muy difícil porque, por suerte, tengo mucho trabajo audiovisual y eso te lleva a otros lugares y a otros países. Cuando me ofrecieron este monólogo me encantó y pensé que era mi oportunidad para poder seguir en las tablas, pero, cuando empezamos a ensayar, me surgieron cosas de trabajo afuera, además de los compromisos que tenía adquiridos.

-¿Y cómo hiciste?

-En el medio de todo eso fui estudiando el resto de la obra y cuando llegué acá, tuvimos ni más ni menos que septiembre para ensayar, y a la segunda semana empezamos a probar los ensayos con gente. Yo invité a un público amigo, nada de público enemigo [se ríe].

-¿Qué sería el público enemigo?

-Tengo gente muy querida y muy respetada que a veces decido no invitar porque es superteatrera y supercrítica. Yo decía: “Por favor, denme coraje, esos que no vengan”. Necesitaba empoderarme. Tampoco me gusta saber cuándo me van a ver, prefiero trabajar para un público anónimo.

-Aunque estamos acostumbrados a verte en películas y series, el ejercicio del escenario lo tenés aceitado.

-Me gusta mucho el ejercicio teatral, incluso cuando estoy ensayando una película. A veces me aprendo todo el guion y lo hago como si fuera una obra, un texto de continuado. Lo pongo en el cuerpo y se lo digo a amigos o a compañeros actores que me ayudan, o a Lili Popovich o a Mariana García Guerreiro, que me hacen de sparring. Pero, principalmente, durante 10 años hice de forma autogestiva con Fernando Tarrés El territorio del poder, que era mi manera de tener ese ejercicio teatral que siempre me pareció muy importante. Fue una experiencia fundamental que me dio la confianza necesaria para decir “puedo estar solo arriba del escenario”. Creo que está bueno agradecer porque uno nunca llega solo a ningún lugar, y le agradezco mucho a Fernando porque me dio el ánimo para sentirme capacitado.

-¿Cómo ves al teatro argentino?

-Veo mucho teatro, trato de ver todo lo que puedo. Prácticamente, las únicas salidas que hago son al teatro, voy más que al cine [se lamenta porque todavía no vio Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson]. Soy muy admirador del teatro argentino, crecí admirando a Alejandro Urdapilleta, Alfredo Alcón y a tantos actores que se dedicaron al teatro, así como los grandes actores que tenemos hoy tanto en calle Corrientes como en el off. Es impresionante el nivel que tenemos en el país. Quizás, alguien que no haya tenido esa posibilidad de compararlo con otros países no tiene esa perspectiva, pero es muy fuerte e impresionante lo que pasa acá. Por eso es un sueño cumplido estar en el Cervantes, es como decir: “Mamá, papá, llegué”. Cada función me la voy a tomar como si fuera la final de un campeonato.

-¿Qué te cautivó de Los días perfectos?

-Me emocionó, me conmovió, es un texto muy bello y muy poético. Me parece que habla de todos, podés haber tenido o no una relación de pareja, pero todos tenemos una vida, vínculos, e incluso se trata del vínculo con uno mismo, con la propia vida. Yo estuve 20 años en pareja, y si bien hace 10 años que no estoy en esa relación, es una persona que sigue en mi vida. De hecho, en un ensayo acá, antes de ir a España, vino Lupe [Guadalupe Marín, la madre de su hija Julia], vino Rebe [su pareja actual], vino tal, y de pronto estábamos todos en la misma función y parecía una cosa medio constelatoria, ¿viste? Estuvo bueno, fue como unir todas las vidas de uno, todas las partes de uno. También me gustó mucho el texto porque es muy humano, algo que cada vez más busco como actor. Uno ya tiene una experiencia, un recorrido, qué se yo, 40 años de carrera el año que viene. A esta altura de la soirée me gusta encontrar proyectos que me interpelen, por supuesto, y que sienta que devuelven algo al público; que haya una posibilidad, con todo respeto y con toda humildad lo digo, de conmover, de inspirar, de iluminar. Me parece que el arte siempre tiene esa posibilidad y uno trata de defenderla y de ampliarla.

-¿Hay un trabajo introspectivo propio en esos proyectos?

-Por supuesto, creo que uno es el primero. Con todos los trabajos que hago, quiero decir, con Menem también, el primer interpelado ahí soy yo, el primero que entra en conflicto, en discusión, que tiene que vencer miedos, prejuicios y dificultades. Uno es el primero que tiene que aflojar el cuerpo, el alma y entregarse, pero, para esa entrega, es como si antes hubiese que resolver algunas cosas personales, cosas que uno las va resolviendo como puede, muchas veces arriba del escenario mismo. Creo que las respuestas más interesantes en relación a una obra o a las dudas que uno tiene se resuelven ahí arriba, en esa especie de abismo frente al público. Uno salta cuando la pileta está vacía y en el aire aparece el agua, pero, si no saltás, el agua no aparece. Tenés que saltar, siempre, y vas a ir encontrando diferentes bordes, diferentes lugares donde apoyarte, y también estar dispuesto a esa especie de caída, al error, a la derrota, al derrumbe. Había una frase que decía alguien muy querido, y es que el deseo nace del derrumbe.

“Cuando uno actúa no están las ideas políticas”

-¿Tuviste algún momento libre este año?

-Prácticamente no tuve, fueron días contados con los dedos de las dos manos. No quiero decir que fue un año difícil porque sería desagradecido, pero sí al límite, donde Almodóvar, Guillaume [Canet] y Marion [Cotillard] me pusieron al límite, donde la vida me puso al límite, también, porque la vida sigue, seguís teniendo una hija, padres, pareja, y todo eso te pone al límite de tu tolerancia. Pero no quiero hablar tanto de eso porque soy una persona agradecida y creo que todo lo que tengo es lo que soñé. Hablaba con mi analista la otra vez y le decía: “Che, hace mucho que no sueño, no me acuerdo más de los sueños”. Entonces, ella me decía: “Bueno, quizás es porque se están cumpliendo, ¿no?”. Digo, un poco en broma, pero es interesante cuando los sueños llegan y nunca es como uno había esperado, quizás, hasta llegan de manera más linda pero más compleja.

-¿Necesitás ponerte un freno en algún momento?

-No, lo que pasa es que soy una persona que dice que no a muchas cosas, pero todo lo que hice este año eran cosas a las que no podía decir que no. Y a todo lo que viene, tampoco. En enero estrenamos Los días perfectos, en febrero sigo trabajando en otra cosa y en marzo voy al estreno de Almodóvar en España. Después, vuelvo y empiezo a rodar una película que no puedo decir cuál es, pero es un sueño, y con un director argentino que me encanta [dice, además, que le encantaría trabajar con Lucrecia Martel], y seguramente haga otra temporada de la obra. Después, Venecia con la película francesa y, quizás, en algún momento del próximo año, la segunda temporada de Carlos.

-¿Cómo viene la campaña por la reelección?

-Todos queremos la reelección, la reelección de la serie, obviamente. Formamos un equipo maravilloso de la mano de Ariel [Winograd], Mariano Varela y unos compañeros de lujo; cada uno que venía daba lo mejor porque todos lo entendimos como una gran oportunidad.

A pesar de ser una estrella consolidada del cine argentino, su impecable interpretación como Carlos Saúl Menem parece significar un antes y un después en la carrera de Sbaraglia

-Ahora que ya pasó el furor del estreno, ¿cómo ves la carga simbólica de haber interpretado a un expresidente como Menem?

-Es como si yo, quizás por una cuestión de sanidad, hubiese decidido correrme, ponerme a un costado en relación a muchas cosas y dedicarme plenamente al trabajo de composición y de actuación. En lo personal, entendía que me iban a dar con un caño, estaba preparado para eso. Primero, porque es parte de la realidad, y también porque es parte de la difícil y delicada situación coyuntural de la Argentina, en la que siempre vivimos en conflicto, desde que tengo uso de razón. Entonces, el actor tiene que lidiar, primero, con los propios conflictos, prejuicios, con las propias ideas, como te decía antes, pero cuando uno actúa no están las ideas políticas delante, no está la ideología o la propia moral. Al contrario, mi idea fue decir: “Quiero interpretar a este hombre con todas sus virtudes, que las tenía y muchas, y con todas sus sombras, que también las tenía, como todos”. Lo que pasa es que, en el caso de los que han sido presidentes o presidentas de la Argentina, hay un montón de data y de información segmentada, de pronto a toda una mitad del país le llega una información, y la otra mitad tiene otra opinión. La grieta está cada vez más imposible, ¿no? Y a nosotros nos van metiendo de un lado, del otro, porque nos meten, ni siquiera uno se mete. Me parece que, a pesar de todo eso, fue un gran aprendizaje y estoy muy agradecido.

-Y fuiste premiado en los Martín Fierro de Cine y Series.

-Fue tremendo. Fue hermoso estar ahí entre esos maravillosos actores que respeto, admiro y que me han inspirado toda la vida, como el caso de Ricardo [Darín], Guillermo [Francella] y Oscar [Martínez]. Era difícil ganarles a ellos.

-Dijiste que no te lo esperabas…

-Yo fui a perder. Fui tranquilo a disfrutar con mi hija y con mi vieja, a agradecer por estar nominado. Uno a veces pierde perspectiva de todo lo que tiene y quizás es un lindo ejercicio pensar en todo lo que uno tiene para agradecer, aunque no ganes, aunque no te elijan. Está bueno empezar a agradecer y compartir cada vez más con esta comunidad, porque tenemos un colectivo maravilloso y no me canso de decirlo. Soy militante de defender a nuestra comunidad actoral, que creo que en los últimos años ha recibido mucho ataque para sentirnos divididos. Me parece totalmente legítimo que podamos pensar diferente, que podamos tener opiniones, reflexiones, desacuerdos, pero arriba del escenario somos todos muy buenos compañeros y es una profesión que defiende la pasión, el oficio, la solidaridad entre nosotros y el amor por lo que hacemos.

Por su trabajo en Menem y en Las maldiciones, Sbaraglia ganó el premio Martín Fierro a Mejor actor protagonista de serie

-Además de tu madre, Roxana Randón, fuiste a los premios con tu hija Julia. ¿Le gusta acompañarte ahora que es más grande? Porque vos mantenés un perfil bastante bajo en cuanto a tu vida privada.

-Sí, por mucho tiempo hemos tratado con la mamá de preservar su intimidad, su privacidad. Yo siempre le pregunto si quiere ir conmigo y esta vez me dijo que sí. Me da mucha alegría y emoción que ella quiera empezar a compartir mis cosas. Es una profesión y un oficio en el cual estoy desde que soy chico y me encanta y adoro que ella me quiera acompañar.

“Muy exigente”

-¿Cómo llegó el llamado de Almodóvar por segunda vez?

-Cuando trabajamos juntos la primera vez nos entendimos muy bien y siempre que nos volvíamos a encontrar teníamos la mejor onda. No somos amigos, pero había quedado una buena relación. El año pasado, Ramón, mi representante, me dijo que estaba dando vueltas esta alternativa, que Pedro me quería ver y tener un nuevo acercamiento, pero era algo que podía quedar en la nada. En noviembre me había enterado de la película en Francia, así que estaba estudiando francés, y viajé a París en febrero. El día anterior a tener la primera lectura con todo el elenco, mi representante me dice: “Pedro quiere hablar contigo hoy y ya te quiere contar lo que tiene para ofrecerte”. Me mandaron unas separatas como para hacer una lectura, hablé con él y dije “esto es una locura”. Yo pensaba que me iba a ofrecer algo más parecido a la cuestión que ya había hecho con él, un personaje más acotado, y de pronto empecé a darme cuenta que era uno de los personajes más importantes de la película, que al mismo tiempo es muy coral.

El póster de Amarga Navidad, la nueva película de Pedro Almodóvar protagonizada por Sbaraglia y Bárbara Lennie

-¿Y qué te dijo?

-Que me había visto hace poquito en una película que es de mis preferidas, Errante corazón, de Leo Brzezicki, que desgraciadamente no la vio tanta gente. Dijo que le había encantado mi trabajo ahí y en La red avispa, y que hacía mucho tenía ganas de volver a trabajar juntos. Todo pasó en el medio de todo [se ríe].

-¿Cómo hiciste para procesar todo?

-No, bueno, no lo pude procesar, me agarró un ataque de…te diría que me agarró una especie de susto. ¡Me asusté muchísimo! Dije: “No voy a poder con todo”. Ni siquiera había empezado la película francesa. Finalmente, las cosas se acomodaron y todo salió hermoso.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajo esta vez?

-Muy buena, quizás, mucho más exigida, estuve mucho más demandado por él. En Dolor y Gloria [su primera película juntos], quizás él fue a buscar una música, un color que yo ya tenía y que me era muy cercano como actor. En cambio, en este caso tenía que ir a otra tesitura y fue mucho trabajo ir encontrándola porque él es un director muy exigente en el sentido de que quiere algo muy preciso y muy acotado a su lenguaje. Él persigue colores, lenguajes, expresiones determinadas y busca que el actor y toda la gente que trabaja con él se ajuste lo más posible a ese mundo. Es interesantísimo y al mismo tiempo muy exigente porque por momentos te parece que no le está gustando o que no lo vas a poder lograr. Realmente es un genio, por eso salí robustecido de esa historia. Algo se ha fortalecido, pero hay que estar dispuesto a ese viaje.

-¿Por eso dijiste que tuviste que hacer terapia después del rodaje?

-Terapia, por suerte, hago hace muchísimos años, pero este año evidentemente fueron cosas tan fuertes, tan estimulantes y todas juntas, que a veces es difícil no perder la brújula y el timón de dónde queda uno, dónde está uno en medio de tantos cuerpos; qué es lo que uno necesita y cómo hacer para mantenerse en eje.

-¿Te seguís sorprendiendo cuando te tocan estos proyectos?

-Sí, por supuesto. Uno dice: “Con todos los actores que hay en el mundo, incluso españoles maravillosos, y de pronto me quiere convocar a mí”. En principio, evidentemente hay algo que le funciona, pero, sí, a mí me sorprende. Este año fue una sorpresa todo. Me siento muy agradecido y afortunado.

Para agendar

Los días perfectos, con Leonardo Sbaraglia. Texto: Jacobo Bergareche. Dirección: Daniel Veronese. Funciones: miércoles a domingos a las 21. Sala: María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).

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